Había una vez un ratón de campo que vivía felizmente en su modesta madriguera, alimentándose de lo que el campo le ofrecía: granos, raíces y algunas frutas. Un día, recibió la visita de su primo, el ratón de ciudad, que venía a verlo después de muchos años sin encontrarse.
El ratón de campo, lleno de alegría, compartió con su primo lo mejor que tenía: algunas nueces y semillas, que para él eran un auténtico manjar. Pero el ratón de ciudad miró la comida con cierto desdén y dijo:
—Querido primo, veo que llevas una vida bastante dura aquí en el campo. Tu comida es simple y escasa. Deberías venir conmigo a la ciudad. Allí tengo abundancia de manjares y nada de qué preocuparse. Come lo que puedas hoy, pero mañana te llevaré a mi hogar para que veas lo que es una buena vida.
El ratón de campo, intrigado y tentado por las palabras de su primo, aceptó la invitación. Al día siguiente, ambos partieron hacia la ciudad. Al llegar, el ratón de campo se sorprendió con la grandiosidad del lugar donde vivía su primo: era una gran casa, llena de muebles lujosos y, sobre todo, con una despensa repleta de todo tipo de delicias, desde quesos hasta dulces.
El ratón de ciudad llevó a su primo a la despensa, y comenzaron a deleitarse con todo tipo de alimentos. El ratón de campo nunca había visto ni probado cosas tan exquisitas. Sin embargo, en medio de su banquete, la puerta se abrió bruscamente y apareció un ser humano. Los ratones tuvieron que huir rápidamente, escondiéndose tras un mueble mientras escuchaban los pasos del dueño de la casa.
Cuando la calma volvió, los ratones regresaron a la despensa, pero apenas habían comenzado a comer de nuevo cuando un gato apareció de repente. Asustados, los dos ratones salieron corriendo y se escondieron hasta que el peligro pasó.
Tembloroso, el ratón de campo miró a su primo y le dijo:
—Gracias, primo, por tu hospitalidad y por enseñarme la ciudad, pero he decidido regresar al campo. Prefiero mi comida simple y mi vida tranquila, sin lujos pero sin sobresaltos, a vivir con miedo cada vez que intento disfrutar de un bocado.
Y así, el ratón de campo regresó a su hogar, donde vivió en paz y tranquilidad, valorando la seguridad y la sencillez de su vida.
Moraleja: Más vale la seguridad y la tranquilidad que la riqueza llena de peligros. Esta fábula nos enseña a apreciar lo que tenemos y a valorar la paz sobre el lujo y el riesgo constante.
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