"Zarparé de
viaje, mi verdadero amor,
zarparé de viaje
por la mañana.
¿Hay algo que
pueda mandarte a través del océano,
desde el país en
el que desembarque?"
No, no hay nada
que puedas mandarme, amor mío,
no hay nada que
desee poseer.
Solo quiero que
regreses a mí, intacta,
desde el otro lado
de aquel solitario océano.
"Oh, pero yo
pensé que podrías querer algo bonito,
hecho de oro o de
plata,
proveniente de las
montañas de Madrid
o de las costas de
Barcelona".
"Pero si
poseyera las estrellas de la noche más oscura
y los diamantes
del más profundo océano,
renunciaría a todo
eso por un dulce beso tuyo,
porque eso es todo
lo que deseo poseer".
"Pero quizá
me ausente por un largo tiempo
y solo por eso te
lo pregunto:
¿hay algo que
pueda mandarte para que me recuerdes,
para hacer que el
tiempo se te pase rápido?"
"Oh, ¿cómo
puedes?, ¿cómo puedes preguntarlo de nuevo?
eso solo me causa
tristeza.
Lo mismo que
quiero hoy de ti
lo seguiré
queriendo mañana".
Recibí una carta
un solitario día,
desde el barco de
ella en altamar,
decía "No sé
cuando regresaré de nuevo,
dependerá de cómo
me sienta".
"Bueno, si
tú, amor mío, piensas de esa manera,
estoy seguro de
que tu mente está divagando,
estoy seguro de
que tus pensamientos no están conmigo,
sino con el país
al que te diriges.
Así que ten
cuidado, ten cuidado con el viento occidental,
ten cuidado con el
tiempo tormentoso.
Y sí, hay algo que
puedes mandarme de vuelta:
las botas de cuero
españolas".
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