Cuando todo el mundo era joven y este país era una provincia del gran y poderoso rey Jorge III, existía una aldea que ahora, gracias a la Revolución y a la democracia, se ha convertido en una ciudad de considerable tamaño, con sus tiendas y talleres, sus calles pavimentadas y sus hoteles. Los pacíficos habitantes de aquella aldea vivían, como es natural, en paz y concordia; las casas se alzaban a la sombra de árboles frondosos; los ganados pacían en los prados y los campesinos labraban la tierra. La aldea se encontraba a orillas del Hudson, bajo la sombra de la imponente cordillera de los Catskill, cuyas cumbres se elevan en el horizonte.
Entre los habitantes de esta tranquila aldea vivía un hombre bueno, un
hombre honrado, aunque de muy poco espíritu: Rip Van Winkle. Era descendiente
de los Van Winkles que tantos méritos habían hecho en los días de la
colonización, y como a casi todos sus compatriotas, le gustaba la buena vida.
Se sabía que había nacido en tiempos antiguos, cuando las cosas eran mejores y los
hombres más felices. Rip tenía un carácter simple y bondadoso, y era muy
querido por los niños, que siempre lo seguían y lo asediaban para que les
contara alguna historia o jugara con ellos.
Rip Van Winkle tenía un defecto que echaba por tierra todas sus buenas
cualidades: una aversión insuperable al trabajo. Aunque tenía una granja, su
campo estaba sembrado de malas hierbas; su cerca estaba rota y su casa en mal
estado. Su esposa, la señora Van Winkle, se quejaba amargamente de su descuido
y de su pereza. Rip era incapaz de trabajar en su propia granja, pero estaba
siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos con la mayor buena voluntad.
La señora Van Winkle no cesaba de reprocharle su pereza y de llamarlo
bueno para nada. Rip, en vez de contestarle, se encogía de hombros, sacudía la
cabeza y seguía su camino. Su único recurso para evitar la cólera de su esposa
era huir de la casa y refugiarse en la taberna de la aldea, donde se reunía con
otros ociosos del lugar, a fumar y charlar de los asuntos del país. Allí se
contaban historias y noticias, se relataban las antiguas hazañas del gran
Hendrick Hudson, el primer explorador que había navegado por el río que lleva
su nombre, y se narraban aventuras de la guerra de los indios.
Cansado de los reproches de su esposa, Rip tomó la costumbre de pasar
largos ratos en el campo, con su perro Lobo, y un día subió hasta la cima de
una montaña de los Catskill. Era una tarde de verano, hacia el atardecer, y Rip
se sentó sobre un peñasco, para descansar y admirar el paisaje. Mientras estaba
en esta contemplación, oyó que lo llamaban por su nombre: "¡Rip Van
Winkle! ¡Rip Van Winkle!"
Al volver la cabeza, vio a un hombre que subía por el sendero de la
montaña, cargando un barril. Era un hombre de baja estatura, corpulento, con una
gran barba gris, vestido con una extraña ropa antigua. Hizo una señal a Rip
para que le ayudara a cargar el barril, y Rip, siempre dispuesto a servir, se
levantó y lo siguió.
Subieron juntos la montaña, hasta llegar a un barranco profundo, donde
encontraron un grupo de hombres que jugaban a los bolos. Estos hombres vestían,
como su guía, con ropas antiguas, y sus caras eran solemnes y taciturnas.
Aunque Rip estaba asombrado de la extraña reunión, le invitaron a beber del
barril, y el licor era tan fuerte que, después de algunos tragos, se sintió
invadido por un gran sopor. Se acostó en la hierba y se quedó profundamente
dormido.
Cuando Rip Van Winkle despertó, el sol estaba alto en el cielo, y se
levantó con esfuerzo. Sorprendido, vio que su barba había crecido hasta tocarle
el pecho y que su perro Lobo había desaparecido. Se levantó tambaleándose y, al
bajar por la montaña, notó que todo a su alrededor había cambiado. Los árboles,
las plantas y hasta la aldea a la que llegó después de un rato, parecían extrañamente
diferentes.
Al llegar a la aldea, Rip se encontró con que las casas eran nuevas y
desconocidas. Unos niños que jugaban en la plaza lo miraron con curiosidad, y
Rip, asombrado, fue al lugar donde solía estar la taberna. En su lugar encontró
un gran edificio con una bandera en la que estaban pintadas las estrellas y las
barras. Cuando preguntó por sus antiguos compañeros, nadie los conocía.
Finalmente, Rip descubrió que había estado durmiendo durante veinte
años. Durante su sueño, se había producido la Revolución, y el país había
cambiado por completo. Su esposa había muerto, su casa estaba en ruinas, y su
hija, ya adulta, lo recibió en su hogar. Rip se instaló en la casa de su hija y
vivió allí, feliz de haberse librado de su esposa y de los rigores del trabajo,
contando su historia a los niños y los vecinos, hasta que se convirtió en una
leyenda viva.
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